Es invierno; y ha llegado la hora. La vid está dormida; la energía se dirige hacia las raíces y la vida se encuentra principalmente en la tierra.
El contacto más íntimo entre hombre-naturaleza llega con la poda. Observar, respirar, pasear y sentir, sobre todo sentir. Para poder podar, primero hay que haber estudiado el viñedo, pero sobre todo, hay que quererlo.
La poda es al viñedo lo que un arquitecto a una obra nueva. De los primeros pasos al empezar el año; el inicio del proceso del ciclo de vida de nuestras cepas, la decisión más significativa del ciclo del viñedo; escoger qué vino queremos crear de cada parcela, donde todo empieza.
Es una de las tareas realizadas con más respeto, atención, sensibilidad y, la que requiere más experiencia y sabiduría. Todas las labores que se llevan a cabo a lo largo del año son importantes, pero la poda, probablemente, sea el paso más relevante, puesto que de su buena realización dependerá la calidad y cantidad de uva y el vino que se obtenga después.
La poda se lleva a cabo durante el reposo hibernal de la planta, entre las primeras heladas de noviembre e inicios de marzo. Consiste en cortar ramificaciones de la cepa porque en su estado natural, el viñedo es una liana enredadera; las ramas, denominadas sarmientos, pueden llegar a medir hasta 30 metros de longitud. Es un trabajo meticuloso y para expertos.
Durante la poda, la huella del viticultor y su trabajo manual y artesanal es clave; un trabajo que pretende mantener la estructura de la planta asegurando su calidad y vida productiva, y también evitar un envejecimiento en madera innecesario – nunca se harán heridas grandes de poda por donde podrían entrar enfermedades bacterianas o fúngicas.
Los podadores saben bien que en función de la variedad de uva el arte de la poda se aplica de una forma u de otra. Sin embargo, este arte no se puede ejercer diariamente. Es un trabajo paciente con la luna, el sol, las estrellas y los planetas. Estos ejercen sus fuerzas sobre la Tierra, personas, plantas y animales y, producimos un mejor vino cuando todo el ecosistema está en sintonía con estas influencias.
Así pues, trabajamos según el calendario biodinámico de Maria Thun, el cual nos dice que los días más idóneos para la poda de las cepas son los días fruta con luna descendente (días en que la luna está en el punto más alejado de la Tierra y se va acercando). Podamos siempre en luna descendente para proteger la planta de las heridas de poda y por la influencia que ejerce sobre las cepas, empujando la savia hacia las raíces.
Según el mismo calendario, el Zodíaco es la franja de constelaciones por la cual pasan la luna y los plantas. A su paso, se activan fuerzas que actúan sobre la tierra que se manifiestan a través de los cuatro elementos clásicos: tierra, agua, aire y fuego. Estas fuerzas activan la “fructificación” a los cuatro órganos de la planta: raíz, hoja, flor y fruta.
Si trabajamos en un día fruta, por ejemplo, estaremos trabajando más propiciamente en aquella parte de la planta; en nuestro caso, la uva. Por eso en casa solemos trabajar en estos días. Otro aspecto muy importante es que adaptamos la poda en función de las necesidades de cada parcela. Aquellas más emblemáticas y equilibradas como El Clos del Serral, la Viña del Mas y la del Noguer, las podamos en día fruta; las que necesitan más vigor en días hoja; aquellas más jóvenes: La Plana, Cementeri y Las Barberas en día flor para conseguir una mejor aromaticidad y en las que buscamos una máxima expresión del terroir como la Viña dels Fóssils, en día raíz.
En este proceso tan manual, nuestro caballo bretón, Bru, también tiene asegurada su tarea. Con su ayuda retiramos los sarmientos de poda sobrantes, para después triturarlos y volverlos a su origen, el viñedo, ahora ya convertidos en materia orgánica que con el paso del tiempo, se descompondrán y volverán a ser nutriente para el suelo y las plantas otorgándole vitalidad y energía.
Si se ha hecho bien, al cabo de unos meses, la planta que parecía haberse dormido para siempre mostrará los primeros indicios de vida: la cepa llorará, con la subida de las temperaturas, la sabía se moverá y saldrá por las heridas de poda. El círculo se cierra, vuelve allí donde pertenece.
Ahora producimos unos vinos de calidad, de carácter único y con una personalidad propia.
Os invitamos a formar parte de un recorrido apasionante, entretenido, lleno de curiosidades, aventuras y momentos especiales que hoy protagoniza a 21 generación y que sueña con una denominación de origen: Conca del Riu Anoia.
¿Te animas a compartir con nosotros este viaje? Prometemos no defraudarte en el recorrido.
¡Bienvenidos!